Madrid, Berlín y Praga

Pongamos que hablo de (y desde) Madrid…

¡Si! Luego de más de un día de viaje (contando la salida desde S Rosa), ya estoy en Madrid. Como para no perder la costumbre, y para no repetir tanto las historias, prometo ir dando detalles con fotos del recorrido por este medio. Así, de paso, no me siento tan sola y los tengo un poco conmigo por acá.

Con dos horas (que parecieron muuuuchas más) de demora, a las 19.15 aterrizó el avión en Barajas. Mi compañera de viaje resultó una señora española muy simpática, que, cuando se enteró que viajaba sola por poco no me propuso adoptarme. Pero, sin llegar a ser tan drásticos, me dio un montón de datos y consejos para mi visita. Luego de todo el tramiterío aduanero y demases, me fui a buscar el transporte que ya habia contratado on line (un bus compartido que va del aeropuerto a los distintos hoteles) y en poquísimo tiempo estaba en el hotel. Estoy alojada en una zona muy bonita, no lo digo yo que no tengo idea, sino me lo aseguró mi compañera de vuelo, que se llama «Barrio de Las Letras» (¡qué mejor lugar!). El hotel es bastante curioso: está dedicado a los vinos de España (ahora, comentarios malintencionados, abstenerse), todo pintado en color uva y cada habitación representando una variedad. La mía hace honor a la llamada «terra alta», que ya me encargaré de ver qué onda… Está todo muy limpio, ordenadito y decorado modernosamente. Una vez instalada, advertí qué había olvidado el cargador de la tablet y el peine, así que, ante la condena de andar acarreando un aparato que en pocas horas quedará inservible y un peinado lamentable, salì a buscar soluciones por el barrio. Pero ya era tarde,  luego de dar vueltas por unas bonitas callecitas de piedra, en una zona rodeada de hoteles, bares y restaurantes, me di por vencida y me senté en uno de ellos a aplacar el terrible calor con una cervecita bien fría  acompañada de un pincho de jamón ibérico. Después sí, al hotel a sacarme las mil horas de viaje con una buena ducha, y a descansar…

Madrid día 2. Paseo histórico y Picasso

Me levanté temprano. Como a las dos de la mañana Argentina. Pero el cambio de horario no resultó tan terrible. Quería hacer unas compras, pero cuando salí rumo a la Gran Vía, advertí que la mayoría de los negocios estaban cerrados… y eso que, para esa altura, eran casi las diez de la mañana. Dí unas vueltas por la vereda de la sombra, y me encaminé hacia la Plaza Mayor. Ahí tenía agendado un tour gratis por los lugares históricos de Madrid. La verdad, una muy buena idea. La compañía que los ofrece se llama Sandeman y se trata de un paseo lleno de anécdotas divertidas, eso sí, caminando por dos horas y media, luego del cual uno le da al guía lo que tenga ganas. Los argentinos éramos mayoría ¡y también los pampeanos! Una chica de Luiggi, un santarroseño y yo, ja! Pasamos por lugares históricos de España, y, la verdad, estuvo bueno poder escuchar a un local contando las anécdotas màs entretenidas.

la catedral

palacio real

plaza de oiente

el restaurante más viejo del mundo (con certificado y todo)

Luego del paseo, regresé a la búsqueda del dichoso cargador, y, por supuesto, con esta gente que se ha negado a hacer las cuadras derechitas y  las manzanas cuadradas, terminè en cualquier lado y con un aspecto lamentable por el calor y las ampollas en mis pies. Regresé al hotel por curitas, comí algo rápido y me fui al museo Reina Sofía a ver el Guernica. Por el camino, volví a perderme, encontré otro compatriota de Pehuajó, que me hizo un poco de gps. Un rato de museo gratis (fui después de las siete de la tarde), que además del Guernica tiene un jardín muy bonito, fui a buscar algo para comer.P1000605

Terminé en la vecina plaza Santa Ana, degustando unos pinchos de solomillo y brie acompañados por una pinta (y media más, ¡este calor!). Luego,vuelta al hotel, a descansar para mañana. Con los últimos restos de batería, escribo esto. Ni tiempo para el corrector!!!!

Día 3: Toledo

Hoy voy a ser breve. La batería de la tablet está a punto de pasar a mejor vida, como es un modelo viejito no encuentro cargador y debo obligatoriamente escribir desde el celu, lo cual no es muy cómodo…
En fin.
Me levanté temprano con la idea de aprovechar bien el día visitando Toledo, una ciudad que está muy cerca de Madrid y es tour recomendadísimo. Para ganar tiempo, fui en el tren rápido, que en treinta minutos completa el trayecto y, además, sale de la estación Atocha que está en el centro, o ahí nomás. También se puede ir en bus, pero el viaje es de una hora y salen lejos del centro. A las nueve y media ya estaba en la estación de Toledo, que es muy bonita. Está un poco lejos de la ciudad vieja, aunque no es imposible caminar el trayecto, y siguiendo una línea violeta pintada en el suelo desde la salida, se llega sin problemas a las escaleras mecánicas. Porque sí, hay que subir, ¡y mucho! Cuando llegué a la plaza Zocodover, que es como el lugar ideal para comenzar, me llevé la sorpresa de que estaba todo cerrado. Definitivamente los españoles no madrugan demasiado.  Bien por ellos, pero mal para mí.  Di unas vueltas por el lugar y compré un ticket para el bus turístico, para tener un pantallazo general.  El bus da una vuelta rodeando la ciudad, pasando por los lugares donde están las mejores vistas, donde para para las fotos, mientras una grabación cuenta la historia y señala los puntos más importantes.  Completo el trayecto, a recorrer la ciudad: un laberinto de callecitas de piedra que suben y bajan, casas, iglesias y plazas que transportan en el tiempo, y sitios ofreciendo de comer y beber a cada paso. Lo más importante en mi opinión, porque hay mucho para ver, es el museo del Greco y la Catedral.  A ésta última entré al final del día, luego de dar muchas vueltas, ya que me resulta molesto eso de andar pagando por entrar a las iglesias. Menos mal que lo hice, me habría perdido algo realmente digno de verse.

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Casa del Greco

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Uno de los altares de la Catedral

(No pude girar estas dos fotos, desde el celular se me complica…)
Mi paseo por Toledo me llevó todo el día, aunque podría haber sido un poco menos. A las nueve de la noche estaba rumbo a la estación, para tomar el tren de regreso a Madrid, con mis pies pidiendo gancho. A darles un descanso hasta mañana…

Día 4. Historia, letras y tapas

Si algo he descubierto en estos pocos días, además de que es imposible ubicarse en este laberinto de callecitas sin el Google map, es que los madrileños realmente la pasan bien. O tienen demasiadas penas que ahogar. A cada paso, se encuentra un bar; desde temprano, siempre están bastante llenos, y no precisamente de gente tomando un café… Claro que si yo quiero conocer esto un poco, no me puedo acoplar a semejante costumbre. Al menos no tan temprano. Primero, a seguir con la recorrida y, como realmente me gustó mucho el tour anterior, volví con la empresa a hacer la parte de Madrid que me faltaba (bueno, una de tantas). Otro largo paseo al rayo del sol, pero lleno de anécdotas divertidas y curiosas, que me llevó por el barrio de las letras, la puerta del sol, la calle Alcalá, la famosa Puerta, la fuente de Cibeles, el paseo del Prado y el parque del Retiro.
Después, hice un poco de recorrida por mi cuenta y, cuando empezaba a atardecer, me dirigí hacia la Plaza Mayor, donde iba a empezar otra salida ideal para despedirme de Madrid: ir de tapas. Éramos un grupo de alrededor de catorce personas y de varias nacionalidades, pero nos entendimos muy bien. Tanto así que, cuando terminó el paseo, lo seguimos por nuestra cuenta. Antes nos habían llevado a un bar moderno, al museo del jamón y a un bar tradicional. Nos dieron de probar varias tapas, una bebida hecha con vino blanco de no sé que, creo que llamada rebujillo, tinto de verano y, en la taberna tradicional, hasta nos hicieron tomar vino de una bota (claro que para esa altura nadie dijo que no…). Pero no se preocupen, que regresé al hotel sana y salva, llenita del sabor de Madrid.
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Día 5. Chau verano?

Empecé mi día saliendo de la cama con bastante fiaca, luego de la tapeada trasnochadora estaba poco propensa a madrugar. Pero, antes de abandonar Madrid, tenía algo importantísimo que hacer: pasar por el museo del Prado.  Terminé de acomodar el equipaje, desayuné bien y arranqué. Estos pocos días en la ciudad no me han dado tiempo a ubicarme, con tanta callecita retorcida, ¡aguante el Google map! Sólo un par de cuadras hasta el museo y a disfrutar un rato. Lástima el poco tiempo, el lugar realmente se merece una visita como corresponde. De los museos a los que he ido, es uno de los más lindos. La colección es espectacular y, además, no es un museo de esos que apabullan.

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Luego del paseo, me apuré hacia el hotel, ya era hora de hacer el check out  😥 y esperar la transfer que me llevaría al aeropuerto.
Un vuelo corto, pero un tanto sacudido, y estoy en Berlín.
Debo confesarlo, esta ciudad y yo no hemos comenzado de la mejor manera. De entrada, me recibió con ¡frío! y una llovizna incómoda, y, después, un par de situaciones que no resultaron la mejor bienvenida. Llegué en taxi rapidísimo al depto (eso todo bien), confiada en que alguien iba a estar esperándome aunque no había podido contactarme al aterrizar, ya que había comunicado el horario de mi vuelo. Pero nada. Yo parada en la puerta con mi valijota, los residentes que me hablaban en esa lengua imposible, el frío y la noche que se venía encima.  Intenté en vano conectar mi celular, hasta que, finalmente, me crucé a un negocio, donde un chico muy simpático hizo la llamada por mí. El hombre que debía esperarme apareció pronto, y no hablaba una palabra en inglés o español. Por señas me fue indicando las cosas del depto, hasta que, en un momento me pareció entender que quería cobrarme el alojamiento nuevamente. Si, claro. Ya estaba por agarrar mis cosas, marcharme a un hotel y, luego, armar un lío bárbaro en la compañía, cuando llamó a la sra con quien contraté el viaje. Finalmente la cosa se terminó aclarando, un error,  todo listo, no problem. De todas formas, con el frío y con ésto, ya me había puesto de mal humor. El hombre seguía hablándome, yo con cara de idiota y él sacudiendo la cabeza como si pensara qué hacía yo allí si no sabía el idioma. Claro, iba a recordarle que estábamos en un departamento alquilado a turistas y que sólo una pequeña parte del planeta habla alemán, pero el tipo no iba a entender nada. Así que danke, danke, tschuss, tschuss (no se escribe así, lo sé) y me quedé a mis anchas para acomodar todo, conectarme para avisar mi llegada… ¿O no? Pero, ¿no estamos en Alemania, el verdadero primer mundo? Bueno, si, pero la conexión wi-fi del depto es del siglo pasado. Ni siquiera es suficiente para mandar un wa! Respiré profundo y decidí darme una buena ducha y meterme en la cama. Al sueño lo necesitaba, y también al pensamiento de “mañana será otro día”. Por ahí nos podemos presentar mejor Berlín y yo.

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La vista desde mi nuevo balcón

Día 6. Berlín. Hace frío y estoy lejos de caaasa…

Berlín continúa empeñada en mostrarme su cara gris (vamos, eso sólo le queda a París), igual decidí ponerle onda. Caminar bajo las nubes puede ser un alivio al calor, pero el problema es cuando, además de nubes, hay lluvia y frío. No tengo mayor problema en andar al rayo del sol entre cemento y al mediodía, cocinando mi cerebro y convertida en una gotera humana; pero ¿mojada y helada? Bueno, esa es mi versión del infierno. Por eso, luego de andar más de media hora por la Kurfürstendamm, que por cierto es una avenida muy bonita y paquetísima, decidí subirme en uno de esos buses de colores que pasean a los turistas por las ciudades. El plan original era hacer el tour gratis, igual que en Madrid, con la empresa Sandeman, pero, ¿seguir caminando en estas condiciones? Nein, danke! Además, sin posibilidad de acceder al Google map estaba perdida. Por la “módica” suma de 20 euros me regalaron unos bonitos auriculares amarillos y un pantallazo de Berlín en un paseo de un poco más de dos horas, con la posibilidad de bajar y subir del bus durante todo el día. Esa es seguramente la mejor forma de aprovecharlo, pero yo estaba muy cómoda en mi asiento contra la ventanilla escuchando las explicaciones. Con esa idea general, ya me germinan las ganas de volver a varios de esos lugares. ¡Pero que pare la lluvia! Ni fotos podía tomar, tras los vidrios empañados y salpicados.
Para el almuerzo entré en el primer bar con wi-fi libre que encontré cerca del depto, pero los graciosos sólo daban media hora, así que sólo llegué a saludar con apuro y chequear que las cosas en mis tierras andan tranquilas. Después, un descanso en casa y, más tarde, otro paseo con ida al super. Esta vez un poco ilusionada: Berlín parece tener ganas de aflojar ahora y deja pasar como con vergüenza algunos rayos de sol…

Día 7. Berlín, por la vereda del sol

Sí, hoy el sol se asomó en el cielo de Berlín y, si bien de a ratos aparecían algunas nubes y el aire era fresco, estaba ideal para caminar. Me fui derechito para el tour gratis, aunque ese derechito requirió que tomara un par de trenes, y, sin tener un mapa de transporte, la cosa se enredó un poco. Pero, si preguntando se llega a Roma.., yo tenía que ir hasta la puerta de Brandemburgo, mucho más cerca desde acá. El sistema de transporte público parece más complicado de lo que es: además de los buses, hay trenes regionales que se mezclan con los S y los U, éstos últimos con más onda subte, y el plano parece una telaraña. Además, por un mismo andén pasan varias líneas. Pero una vez ubicados salida y destino, combinaciones y demases, sólo hay que estar atentos a los carteles.
Con el tour paseamos más que nada por la parte de Berlín Oriental, lo cual me vino bárbaro, ya que la otra la había visto desde el bus turístico.
El recorrido comenzó por la puerta de Brandemburgo, la única que queda en pie, entrada al lugar de caza del rey.

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De ahí nos dirigimos al memorial a los judíos muertos en el holocausto, un monumento que consta de varios bloques de distintas alturas, que en su momento generó mucha polémica, ya que primero a la comunidad no le gustaba mucho y luego su creador, cuando se enteró que la cubierta de los bloques provenía de la misma empresa que proveía material para los campos de concentración, quiso tirar todo abajo.  Pero, finalmente, el monumento quedó.

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De ahí pasamos por un lugar donde ahora hay un estacionamiento, para enterarnos que bajo nuestros pies había estado el bunker de Hitler. Ante la posibilidad de que ese sitio pudiera llegar a ser tomado como referente por grupos nazistas, decidieron directamente destruirlo y llenar los huecos con cemento, como para que no hubiera posibilidad de arrepentimiento. De ahí fuimos a uno de los poquísimos edificios de los nazis, los aliados se encargaron de tirarlos a todos. El tema nazi no se toma a la ligera acá, y es delito cualquier manifestación al respecto. No importa que seas un turista distraído, la policía te puede llevar igual.  ¡Hay que tener cuidado cuando se para un taxi!

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El paseo siguió por un largo rato. Vimos la cúpula del parlamento (se puede subir pero hay que sacar entrada con mucha antelación), el check point Charlie, que no es el original, sino una recreación, y era un punto de paso, lugar donde murió la primera víctima del muro. Fuimos a ver un trozo de muro original, y varios edificios históricos de la zona.

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Saluda uno de los osos de Berlín

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De vez en cuando, aparecía en el piso una línea doble de adoquines que se perdía hacia los lados: la herida que recorre Berlín señalando por donde iba el muro. Acá me desburré un poco más, ya que me enteré de que el muro era más o menos circular, y lo que estaba encerrado dentro era el Berlín capitalista. Para acceder a él, los que venían de fuera de la zona comunista por supuesto, debían recurrir a los aviones o a un tren especial, sobre el
que se había logrado un acuerdo para el paso, y que no se detenía hasta haber atravesado la zona oriental.

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Por aquí pasaba el muro

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Burbujas!

Día 8. Potsdam y Alexanderplatz

Potsdam es una ciudad que está al lado de Berlín, algo así como media hora en el tren. En realidad, es más antigua que ésta, pero la actual capital de Alemania creció bastante más y Potsdam terminó siendo el lugar de segunda residencia de los reyes.  De todas formas, ha sido mucho más que eso, ya que en uno de sus palacios, el Cecilienhof, se dieron varias reuniones entre los aliados luego de la segunda guerra que definieron el destino del país, y, supuestamente, fue allí donde, también supuestamente, Churchill dijo “hemos matado al cerdo equivocado”.

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El palacio Cecilienhof. La estrella roja es recuerdo de los soviéticos.

Pero antes que eso, el rey Federico el Grande, levantó allí el Palacio Sans Souci, una construcción extraña: unos jardines enormes y una edificación original bastante sencilla de sólo doce habitaciones (luego se tuvo que ampliar, claro)  Es que este rey era un poco particular, sólo quería estar rodeado de la gente que le importaba, y esto debe leerse como sus amigos intelectuales.  La reina, por ejemplo, no tenía habitación allí.

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Parte de los jardines y el palacio detrás

Definitivamente, este rey era bastante personaje. Había sido muy rebelde de joven, incluso lo habían encarcelado y obligado a ver la ejecución de su mejor amigo, escribió un libro contradiciendo a Maquiavelo, y, además, a sus soldados les hablaba en francés.  Decía que el alemán es un idioma de caballos, pero se ve que la gente por aquí no es muy susceptible, aún así lo consideran su mejor rey.

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Más de los jardines

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Los jardines aquí, en Sans Souci y Cecilienhof, son muy curiosos, ya que mezclan flores con verduras y aromáticas.  En los canteros no es raro ver convivir a un lirio con un tomate, o unos gladiolos con acelgas y albahaca. Además, si bien tienen todo cuidado, les gusta dejar que las plantas se desarrollen lo más libres posible, lo que a veces da una onda medio salvaje.
Además de los palacios, en Potsdam está el barrio holandés, una idea del padre de Federico para atraer a gente de ese país, pero que no le dio mucho resultado. De todas formas, quedó un lugar muy pintoresco.

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Otra puerta de Brandemburgo

También hay un parque muy bonito junto al río, donde, además de una muy frondosa vegetación, nos cruzamos con gente tomando sol completamente en bolas sin ningún problema.
El paseo por Potsdam puede llevar todo el día, o más si se quiere recorrer todo con más detalle y tranquilidad. Yo decidí regresar a Berlín, a pasar por Alexanderplatz.
Allí la tranquilidad de Potsdam se transformó en caos de ruidos y personas.  Le saqué unas fotos al reloj mundial (en realidad no sé como se llama) y a la torre de tv, y ya me senté a descansar un rato antes de emprender el regreso al depto.

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